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viernes, 2 de noviembre de 2012

La escurridiza paz en Siria reclama mayores sacrificios


La escurridiza paz en Siria reclama mayores sacrificios
Por Leonel Nodal
El esperado camino de la paz en Siria, abierto por el presidente Bashar el Assad durante la festividad musulmana de Eid al-Adha o del Sacrificio, quedó cerrado en pocas horas debido a sangrientos actos terroristas.
El gobernante sirio aceptó el cese del fuego, programado del viernes 26 al lunes 29, tras recibir al mediador internacional Lakhdarl Brahimi, pero advirtió que las Fuerzas Armadas responderían a cualquier violación de la tregua.
La propuesta recibió el respaldo unánime del Consejo de Seguridad de la ONU, en especial de Rusia y China, así como de Irán, Iraq, Líbano, Egipto y Turquía, donde Brahimi se reunió con fracciones armadas sirias. En su gira también visitó Arabia Saudita.
La Fiesta del Sacrificio del Cordero, que exalta la celebración fraternal con familiares, amigos y vecinos, debía comenzar a cambiar el curso de una cruenta guerra que ya dura 20 meses, atizada, organizada, financiada y pertrechada por Estados Unidos, sus aliados de la OTAN y gobiernos subordinados en la región.
El propio viernes, poco después de la aparición del presidente el Assad en una conocida mezquita de Damasco, donde asistió a la ceremonia religiosa dirigida por el mufti de la República, la brutal explosión de un coche bomba tronchó las esperanzas de paz.
El atentado, ocurrido en la modesta barriada musulmana sunita de Zuhur, en la zona sur capitalina, arrancó la vida a medio centenar de personas y dejó estampada la marca de la provocación terrorista, pero Estados Unidos se opuso a condenarla en el Consejo de Seguridad.
Sin dudas, fue otra acción dirigida a profundizar la división sectaria, con la que se quiere fraccionar al único Estado árabe laico de Medio Oriente.
Según Damasco, pretenden transformar a Siria en un mosaico de miniestados o principados, de cada una de las numerosas comunidades étnicas o religiosas, regidos por la intolerancia, el racismo y el extremismo de fundamentalistas islámicos, salafistas o yihadistas.
A esa guerra sucia, copiada del guión aplicado en Libia, algunos ideólogos de la oposición la denominan “revolución por la democracia y la libertad.”
Se trata de una guerra de destrucción indiscriminada (divide y vencerás) desatada contra el gobierno, las instituciones y las leyes que rigen el país hace más de cuatro décadas, las cuales permitieron un visible desarrollo económico y social, a pesar de los costos del estado de beligerancia con Israel, que desde 1967 ocupa la estratégica meseta del Golán.
Estados Unidos decidió apoyar con dinero, asesoramiento y armas cada vez más sofisticadas y peligrosas a toda clase de opositores, incluso conocidos terroristas vinculados a Al Qaeda, a los que dice perseguir por todo el mundo.
Asimismo, rechazó cualquier arreglo negociado y exigió la rendición de un gobierno y unas fuerzas armadas que han sorprendido a sus estrategas por la sólida unidad de sus mandos y la disposición combativa de las tropas.
Hasta hoy son miles de muertos y heridos, decenas de miles de desplazados y enormes daños materiales. Siria ha resultado un hueso muy duro de roer.
Y por otra parte, Estados Unidos ha tropezado con el firme rechazo de Rusia y China a sus pretensiones hegemónicas en el seno del Consejo de Seguridad.
Como señaló el presidente del Parlamento sirio, Mohammad Jihad al-Laham, “la crisis siria se ha convertido en un conflicto destinado a ponerle fin al sistema unipolar que ha dominado el mundo desde finales de la Guerra Fría”.
Rusia, única potencia nuclear capaz de igualar a Estados Unidos, con Vladimir Putin en la presidencia, ha tomado muy en serio las pretensiones de la Casa Blanca de privarla de su principal aliado en la región, con quien Moscú posee lazos de amistad y colaboración económica, diplomática y militar desde la década de 1950, en la época de la extinta URSS.
En el actual ambiente de creciente hostilidad de la OTAN hacia Rusia, Putin parece decidido a evitar que Washington logre derrocar al gobierno de Bashar el-Assad, fragmentar a Siria, restarle un aliado vital a Irán y al influyente movimiento político-militar libanés Hizbola, y de ese modo devolverle el predominio bélico en la región a su socio israelí.
Por si esto fuera poco, los estrategas norteamericanos esconden su apetito por el reciente descubrimiento de un enorme yacimiento de gas por compañías exploradoras sirias en Qara, cerca de la frontera con Líbano, y en las cercanías del puerto de Tartus, donde radica una base naval arrendada por Rusia para abastecer su flota en el Mediterráneo Oriental.
El anuncio fue publicado por Daily Star el 17 de agosto de 2011, y citado en un estudio sobre el tema por F. William Engdahl, en la publicación canadiense Global Research.
Lo más curioso es que, un mes antes, en julio de 2011, en medio del fragor de la operación desestabilizadora de la OTAN, los gobiernos de Siria, Irán e Iraq firmaron un acuerdo para construir un gasoducto que partirá del puerto iraní de Assalouyeh, cerca del campo gasífero de South Pars, en el golfo Pérsico, hasta Damasco, luego de atravesar Iraq.El gasoducto se construirá en tres años a un costo de 10 mil millones de dólares.
Según expertos citados por Engdahl, las exportaciones de gas sirio o iraní dirigidas al sediento mercado europeo tendrían la garantía de salir por el resguardado puerto de Tartus, donde radica la base naval rusa.
Otro motivo más de suficiente peso para que Putin asuma el reto de frenar la injerencia militar extranjera en Siria y dé nuevo impulso a la propuesta de Moscú de una solución política al conflicto interno en ese país, mediante el libre ejercicio de la soberanía y la autodeterminación del pueblo sirio.
No sería extraño que Putin le imprimiera mayor vigor a las gestiones de paz durante la visita oficial que realizará el 3 de diciembre a Turquía, país inmerso en peligrosos juegos de guerra en Siria.
Como se puede apreciar, por debajo de sus aparentes motivos confesionales, el conflicto en Siria tiene -como todas las guerras en Medio Oriente- ese peculiar aroma a petróleo y gas que, como fragancia de moda, arrebata a los ricos consumidores de Occidente.
LN/APR